Donald Trump considera que el mercado bursátil es su indicador preferido del éxito.
En este sentido, la venta masiva de ayer por las implicaciones de la empresa china de inteligencia artificial DeepSeek fue nefasta para el presidente estadounidense.
La caída de la renta variable estuvo liderada por los mismos valores tecnológicos que han llevado a los mercados a alcanzar récords mundiales: Nvidia, la niña mimada de la IA, perdió 589.000 millones de dólares de valor, la mayor pérdida de la historia empresarial.
La pérdida de Nvidia equivale a la producción económica anual de Suecia.
Es el contraste con el modelo más frugal de DeepSeek lo que inquieta a los inversores.
DeepSeek creó un chatbot de IA de código abierto conocido como R1 que parece ser tan eficaz como los pioneros estadounidenses como OpenAI a una fracción del coste. Su llegada por sorpresa cuestionó no sólo las valoraciones de las grandes tecnológicas, sino la naturaleza misma del liderazgo mundial de Estados Unidos en este campo.
Trump calificó el desarrollo de «llamada de atención» para las empresas estadounidenses, aunque lo acogió como «bueno, porque no hay que gastar tanto dinero.»
Es ciertamente incómodo, ya que llega una semana después de que el presidente anunciara un plan de infraestructuras de IA por valor de hasta 500.000 millones de dólares. Las posteriores dudas públicas de Elon Musk sobre las sumas en juego parecen cada vez más evidentes.
Y lo que es más preocupante para ambos bandos en Washington, el logro de DeepSeek se produjo en medio de sucesivas oleadas de restricciones estadounidenses a las exportaciones de tecnología avanzada, meticulosamente diseñadas para impedir precisamente este tipo de desarrollo.
Este enfoque parece completamente inútil a medida que China desafía la supremacía tecnológica de Estados Unidos en la vanguardia tecnológica.
Es cierto que DeepSeek se basó en los chips de Nvidia para llegar hasta allí, y un retraso en el impacto de las restricciones tecnológicas significa que el dominio estadounidense se estrechará.
Pero China ya ha demostrado que la adversidad es la madre de la invención.
Hasta ahora, Trump ha sido relativamente benigno con Pekín. Eso puede estar a punto de cambiar.
